domingo, 30 de diciembre de 2012

La tragedia de Newtown y la historia del pueblo misterioso

Cuando abrí los diarios digitales de ese día y me enteré de la tragedia, no podía creer que alguien sobre la tierra podría descargar su ira y todo su odio sobre seres tan inocentes que solo sabían llevar alegría y esperanza a sus padres, a su escuela y al peligroso mundo que les rodeaba.

Las primeras noticias llegaron frías y fueron recibidas con inmenso pesar por todos que en distintos escenarios la comentaban y a una sola voz se preguntaban: ¿Cómo se sentirán sus padres?, una pregunta que no ameritaba respuesta, el solo hecho de saber que sus pequeños ya no estarían con ellos, era simplemente devastador. 
Y aunque siempre es triste saber de la muerte de alguien y mucho mas de un inocente de apenas 6, 7,8, 9 años, lo terrible de todo que ha sido en la víspera de la Navidad, cuando los niños son los protagonistas de la época mas encantadora del año; piensan en los regalos, en la lista de juguetes para Santa, los dulces y los paseos a tiendas, la decoración y la fiesta de la escuela.
La tragedia de Newtown me causó mucho dolor y rabia y el saber que la mayoría de las víctimas eran niños en edades entre 6 y 7 años, me hizo recordar a una historia la cual leí con atención hace algunos años porque la misma retrata una realidad que  nos cuesta mucho que los demás se enteren..
La historia la refirió el periodista y orgullo de nuestra clase, profesor, columnista y director de diarios y revistas, Rafael Molina Morillo, en su columna del matutino El Día, y recuerdo el señalamiento de que alguien la envió a su correo. La misma trata sobre un visitante que llega a una ciudad por la cual sentía inmensa curiosidad en conocer sobre sus edificaciones, costumbres, paisajes, cultura y sobre todo su gente.
El visitante recorre la ciudad acompañado de unos pueblerinos, visita museos, bibliotecas, escuelas; conoce la comida con sus platos típicos, baila su música y disfruta al máximo todo cuando quiso saber de ese lugar.
Todo anda bien hasta que llega al cementerio de la ciudad. Allí se detiene con los acompañantes, observa cada una de las tumbas y camina con pasos muy lentos entre éstas. Ve con detenimiento que las tumbas decían los nombres de las personas fallecidas y la edad que decían tener, y casi todas oscilaban entre 5,6,7 años.  
Sin pronunciar palabras, mira, mira, y lee detenidamente, luego le dice a uno de los acompañantes: qué rara es esta ciudad, aquí la gente muere siendo niños y le indica las edades con el índice, y entonces el pueblerino le contesta: no, no es esa la edad de vida de los difuntos que descansan aquí.
“No, dice confundido el visitante!, y entonces por qué tienen esos años, preguntó, y es cuando el pueblerino le responde: esa edad que está plasmada en esas tumbas, son los años en que esas personas fueron felices, y le fue señalando uno por uno y ofreciéndole explicaciones de algunos de los casos. “Mire fulano de tal vivió 70 años, pero sólo fue feliz durante 6 años; perencejo vivió 60 años y sólo vivió feliz 5 años, y así sucesivamente.
El visitante se llevó tremenda experiencia de su viaje, y pensó seriamente en lo especial que era la gente de ese lugar. Plasmar sobre sus tumbas las edades en que fueron felices es cosa extraordinaria. Pensó que la gente vive tantos años y no se detiene a pensar en los años en que valió la pena.
Esa historia me recordó la tragedia de Newtown, Connecticut, Estados Unidos, repito, porque relaciono que esos niños murieron en la edad en que todos somos felices, aunque merecieron vivir sus vidas y hacer sus sueños realidad. A esa edad seguramente les habrían dicho a sus padres lo que querían ser cuando fueran grandes, y hoy sus progenitores solo sienten la pena de saber que volverán a verse algún día.

0 comentarios:

 
Mi Visión © 2007 *Feito por Templates para Você*