martes, 5 de noviembre de 2013

Una Sentencia que desmonta el plan

Sin lugar a dudas, la Sentencia 168/13 del Tribunal Constitucional, ha caído como un balde de agua fría a los promotores de la fusión de las dos naciones que conforman la isla de Santo Domingo que, desde hacía tiempo, apostaban a lograr su objetivo, poniendo en marcha prácticas deshonestas y aberrantes en las que involucraron a organismos internacionales; crearon entidades conocidas como ONG´s y facilitaron manos de obra barata a los sectores empresariales, productivos y servicios en la República Dominicana.
Era un plan orquestado que se cimentó en la oscuridad, y que a menudo, mostraba algunos destellos de luz.  Procuraba, en conversaciones de aposentos, el apoyo tanto en el país como en grandes naciones que vieron en el proyecto la salida magistral a tan odioso problema hemisférico de pobreza extrema, insalubridad, deforestación total, entre otros males que registra  la nación haitiana y que se agravaron con el terremoto del 12 de enero del 2010, lo cual, desde entonces, acredita a ese país: Estado fallido.
Algunos dominicanos habían notado lo que se venía encima a la República Dominicana y expresaban su parecer en medios de comunicaciones escritos, televisivos y radiales. A quienes más insistían en presentar la problemática se les marcó como racistas y  antihaitianos. Estos dominicanos pudieron visualizar el plan que se pretendía a lo lejos y a la vez muy cerca: querer pisotear la sangre derramada en tan innúmeras batallas a lo largo de nuestra historia, de hombres y mujeres que amaron y nos legaron la libertad y la soberanía.
Lo que evidenciaba el plan en su mayor expresión y proporción, lo concita el avispero que han montado las autoridades haitianas a nivel internacional. Han ido a la seca y a la meca, procurando apoyo para que la medida soberana de la República Dominicana sea desconocida, desarmada y retractada. Saben y reconocen que la Sentencia del Constitucional desmonta lo que se había gestado con tanto empeño y recursos, y que ahora, quedaba al descubierto, desenmascarando lo que por décadas había sido programado ocurriese en cualquier momento de los años venideros, sea en el 2019 como en el 2022.
Entre los puntos básicos del plan figuraba intervenir directamente el registro civil de la República Dominicana y lo habían logrado con la ayuda de recursos y malos dominicanos. Obtener actas de nacimientos, cédulas de identidad y  pasaportes, fue por años presa fácil de los gestores fusionistas quienes vanamente creyeron que dos culturas y dos razas muy distintas, podían mezclarse con la sola obtención de tan preciadas identificaciones. El porte ilegal de estos documentos, hacía y aún hace presumir a un nacional haitiano de ser y que se le considere dominicano.
En este aspecto, todo el pueblo dominicano observó como el testigo Winne Jan, llevado ante los jueces de la Corte Interamericana de Derechos Humanos por representantes de ONG´s, insistía en ser reconocido como dominicano, y  fue evidente, que sus padrinos suplantaron la identidad que portaba y se equivocaron con tal individuo y los demás que apadrinan en identificarlos como hijos de la tierra de Luperón, Caamaño y otros tantos héroes de la libertad.
Un segmento importante de la población dominicana desconocía el por qué las autoridades haitianas no obligan a sus nacionales documentarse; a ningunos de los gobiernos que ha tenido la nación más empobrecida del continente americano les ha importado que sus habitantes obtengan actas de nacimiento, ni mucho menos cédulas de identidad.
Este desorden y salvajismo de Haití lo ha exportado a la República Dominicana de manera ilegal con la entrada de miles de sus habitantes que, a cualquier hora del día o de la noche, violan zonas fronterizas con la excusa de procurar mejores condiciones de vida, y que a la vez son presas utilizadas como entes de presión para obligar a las autoridades dominicanas reconocerlos como hijos, con la intención marcada, debajo de las mangas: ser muestra de la fusión gestada.
La Sentencia 168/13 abre las puertas a la regularización de miles de nacionales haitianos que viven ilegalmente en el Estado dominicano, y que les permitirá a sus autoridades contar con un registro de control de la cantidad y calidad de esas personas en su territorio. Pero no, no, decenas de las entidades que se han lucrado por años con el problema haitiano se niegan a colaborar. Se han presentado como portadores de la verdad y exigen derechos, desconociendo los derechos de quienes tienen la carga social en sus hombros.
Estas entidades amenazan con seguir la práctica de denuncias de maltratos a los seres humanos que dicen defender ante todos los organismos internacionales posibles, con lo que muestran la hipocresía más hostil y mezquina que habita en las profundidades de su interior.
En la práctica defienden el modo vivendi que les ha proporcionado grandes recursos y comodidades desde que se gestó el plan fusionista en el que involucraron a profesionales de todo tipo en la República Dominicana y, con la Sentencia,  han mostrado sus rostros en los que se puede observar a periodistas, sociólogos, economistas, juristas, entre otros, que desde hacía tiempo eran altoparlantes de la pretensión desenmascarada.
Cuando las autoridades haitianas interpusieron la veda inescrupulosa y ridícula a los productos avícolas dominicanos, ya se evidenciaba el plan. Esta acción nefasta le quitaba el manto. La indignación que sintió el pueblo dominicano no se hizo esperar. El gobierno de Haití apostó a desacreditar a la República Dominicana y decía al mundo que los productos avícolas que producía el vecino estaban contaminados con bacterias de toda clase que amenazaba la vida de los habitantes haitianos y que por tanto tenían que prohibir la entrada a su territorio.
Esa nación, sin ningún estándar de salubridad, cuyos habitantes son portadores, en gran porcentaje, de enfermedades que el mundo creía erradicadas, se pronunciaba así, desconsiderando un país que le tendió las manos y alimentó a gran parte de sus hijos con iguales productos,  amén de ofrecerles soluciones médicas en el momento más crítico de la fatalidad que padece.

Ese acto evidenció que se trataba de un plan de descrédito hacia el país solidario que ha sido la República Dominicana con el pueblo haitiano. El plan había comenzado a dar señales de luz y era preciso procurar herramientas para desarticularlo, y de qué forma. Una Sentencia, que vendría a regularizar la presencia incalculable de inmigrantes ilegales en territorio dominicano, ha sido el grito desesperado de quienes creyeron que la República Dominicana no  iba a despertar jamás y que nunca se iba  a atrever a tomar la sartén por el mango ante lo que se trabajaba por detrás y en frente, tanto en el país como en naciones protectoras de la desventura haitiana.

 
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