Iba caminando, cansada, sudada, un tanto despacio para que
mis zapatos no sufrieran con los adoquines rotos, cuarteados y destruidos desde
el trayecto en que abandoné el maltratado y descuidado autobús que me condujo
al lugar hasta llegar donde ella.
Iba pensando e inventando qué decirle al saber que con tantas ansias
me esperaba para recibir mis palabras con matices de esperanzas, a
sabiendas, que oiría la misma respuesta: mami siempre me hablas del mismo
tema, y ¿entonces?”.
Antes de salir para el lugar de destino que dista a unos 20
o 25 minutos de donde se encuentran las oficinas donde laboro, no me fijé cómo
se encontraba mi ropa, ni mi pelo, ni mucho menos si mi rostro aún guardaba
rastros del maquillaje obligado que debo colocarle todas las mañanas para que
mis compañeros de labores y los visitantes me vean linda, feliz y sin problemas
de ninguna índole. No me había detenido siquiera a mirarme en el espejo.
Y al llegar al lugar a ver esa persona que había llamado un
tanto incómoda en varias ocasiones a mi celular, estado que me había
transmitido desde tempranas horas de la tarde, oí una palabra que ha renovado
mis fuerzas y ha regresado mi ego de antaño perdido a causa de los años que ya
han comenzado a platear mis cabellos y han marcado mi rostro que estrena líneas
despreciables que ya forman parte de mí.
Al caminar sobre el suelo adoquinado destrozado, sentí que
alguien pasó cerca, y fue entonces cuando oí: ¡bonita!.
El asombro no se hizo esperar. Cómo oír una palabra que
encierra tanta belleza, fantasía y tantos recuerdos del ayer, de los años en
que toda mujer cree ser las más bellas del mundo, de labios de otra.
Al voltear mi rostro y mirar claramente que se trataba de
un ser del mismo sexo, atendí sólo a preguntar, tratando de encontrar alguna razón, para tan alentador piropo: ¿qué?”, repite: “eres bonita”.
Y fue entonces que me convencí que era una mujer. Por su
acento me pareció de otras tierras, que mas da, además de su fachada. Pero esta palabra encierra
un contenido esperanzador, en una fémina que con el paso de los años ya no le
interesa saber si es bonita o es fea. Solo que respira, come, duerme y atiende sus
obligaciones de madre y de asuntos profesionales, y que al considerarse padre al mismo tiempo, lucha para
que a sus hijos no les falte el pan de cada día.
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